Memorias del biblotecario
El autor, premio Clarín de Novela por “Más liviano que el aire”, revisa su pasado detrás del mostrador, asistiendo a estudiantes y noctámbulos en la madrugada.
Hace un montón de tiempo que no escucho la expresión rata de biblioteca. Y no está mal. La expresión aludía, inequívocamente, a aquella persona que pasaba más horas con los libros que en los bares o frente al televisor o en los alrededores de una pelota de fútbol. Dividía, de modo muy esquemático, a los lectores de aquellos que no leían. Los contraponía. Los presentaba, casi, como enemigos irreconciliables. La expresión sonaba, encima, bastante peyorativa. Por eso, insisto, no está nada mal que ya no se la escuche con tanta frecuencia. Algún optimista pensará que, si dicha expresión no se utiliza más, quizá se deba a que ahora ya no se mira, de reojo, a aquellos que leen. Los más pesimistas, en cambio, afirmarán que si tal expresión ha desaparecido, eso se debe, en primerísimo lugar, a que ya no quedan lectores o, lo que es lo mismo, ya no queda nadie a quién lanzarle semejante insulto en la cara.
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